viernes, 23 de abril de 2010

Seleccionados nacionales y listas negras. 23-IV-2010

La economía del futbol

Seleccionados nacionales y listas negras
Ciro Murayama | Opinión

Los 32 entrenadores de las selecciones nacionales que participarán en la Copa del Mundo 2010 afinan el listado de jugadores que llevarán a Sudáfrica y que concentrarán la atención del orbe entero durante un mes. De acuerdo con el reglamento de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), para el 11 de mayo, un mes antes del inicio del torneo, cada federación deberá enviar una lista de 30 futbolistas y, para el 1 de junio, todo representativo tendrá que fijar quienes serán los 23 jugadores que, finalmente, acudirán al Mundial. De ellos, tres han de ser porteros.

En el caso de México, Javier Aguirre trabaja con 18 futbolistas que participan en el torneo local y está en espera de que concluyan las ligas en Europa para configurar su lista definitiva. Puede decirse que el técnico tomará su decisión con base en criterios deportivos –la calidad de los jugadores, su capacidad de acoplarse al tipo de juego que pretende desplegar–, así como de idoneidad para trabajar en el equipo: ya se sabe que conductas como la del portero de Cruz Azul –que participó en una riña– o personalidades como la del arquero de Santos pueden costar una nominación al cuadro nacional. Sin embargo, en el pasado hubo la tentación de los dueños de los equipos de futbol de primera división en México para alterar el criterio del entrenador por razones extradeportivas, como el hecho de que determinado jugador haya pretendido hacer valer sus derechos laborales.

La historia la cuenta Miguel Mejía Barón, entrenador nacional en el Mundial de Estados Unidos 1994. En un artículo publicado en el diario Récord (“15 años después”, 19/07/09, pp. 26-27), en principio dedicado a explicar por qué no hizo cambios en el partido que México perdió en tandas de tiros de penal frente a Bulgaria, cuenta lo siguiente sobre la convocatoria que realizó para disputar la Copa América Ecuador 1993: “Unos pocos días antes de salir a Ecuador me encontré con una situación que, lamentablemente fui enterado por ajenos [en esta nota se respeta la sintaxis original], no por el grupo de jugadores comandados por Hugo [Sánchez], que presentaron un documento donde manifestaban su desaprobación por el Draft [el mercado donde, al inicio de cada temporada, los dueños de los equipos de futbol compran y venden jugadores] y sobre todo por la falta de sensibilidad y respeto para el jugador en general al impedirle que decidiera su destino, pues no tenía la libertad de escoger al club para continuar con su trabajo. No tenía voz ni voto. ¡Increíble! Pedían que suspendieran el Draft, que era denigrante y que al jugador se le respetara la oportunidad de cambiar de aires al equipo y ciudad de su preferencia”. Y añade que él como entrenador respaldó las reivindicaciones de los futbolistas “a pesar de las sugerencias y amenazas de los directivos, encabezados por el mismo presidente de la FMF [Federación Mexicana de Futbol] de que dejáramos a los que ellos consideraban los cabecillas de este movimiento (Hugo, [Jorge] Campos, [Luis] García, el capitán [Ignacio] Ambriz y otros más) y nos lleváramos a otros a Ecuador. Yo les respondí que los títeres se conseguían en otro mostrador”.

La pretensión de crear en el negocio del futbol un estado de excepción frente a las leyes nacionales, negándole al trabajador, en este caso al futbolista, la capacidad de decidir donde sí y dónde no laborar, es antigua y vigente a la vez. No sólo se trata de la compraventa sin tomar la opinión del jugador, al que se le da el trato de una mercancía inanimada, sino incluso de vetos para aquellos futbolistas que siendo dueños de sus propias cartas como profesionales se ven sometidos a sanciones extralegales. Es el caso del mal llamado “pacto entre caballeros” que acordaron los directivos del futbol mexicano: si un jugador concluye su contrato, es dueño de su carta y se va sin el consentimiento del equipo, no volverá a ser contratado por ningún otro club mexicano. Casos de jugadores víctimas de ese arreglo sobran. Uno de los más conocidos, de forma reciente y por el triste final del futbolista, fue el de Antonio de Nigris: aunque después de jugar en España quiso volver a México, el “pacto” le impidió ser contratado, por lo que acabó jugando en las ligas de Turquía y Grecia, país en el que falleció de manera inesperada.

Los abusos contra los jugadores, a quienes se da, literalmente, un trato similar al que recibían los peones acasillados antes de la revolución de 1910, no son recientes ni exclusivos del futbol. Baste recordar el intento de formar un sindicato de futbolistas, que truncó la carrera de Carlos Albert, o el saboteo de que fue objeto la Asociación Nacional de Beisbolistas (Anabe) a fines de los años 70 que, entre otras cosas, expulsó del beisbol profesional –e incluso de los registros históricos– a jugadores emblemáticos como Ramón El Abulón Hernández y Jorge Fitch, entre otros.

El deporte profesional es un espectáculo, con participación de empresas obligadas a respetar los derechos de los trabajadores y a observar las leyes, aunque en la realidad ocurre otra cosa. Por ejemplo, en la Ley Federal del Trabajo hay un capítulo, el 10, dedicado a los deportistas profesionales. Su artículo 295 dice, textualmente: “Los deportistas profesionales no podrán ser transferidos a otra empresa o club, sin su consentimiento”, es decir, lo que hace más de 15 años peleaban Hugo Sánchez y Jorge Campos y que a los ojos de los directivos del futbol les debió haber valido la exclusión de la selección nacional. En efecto, hay unos dueños de los equipos de futbol propios del Porfiriato, que se comportan como hacendados. ¿Sorprende, entonces, la mediocridad de los resultados?

Salud: los determinantes son sociales. 22-IV-2010

Ciro Murayama
Salud: los determinantes son sociales
22 de abril de 2010

La discusión sobre la calidad de la salud de la población en México —que ha avanzado en la agenda pública y política por la crisis de la influenza, el avance del sobrepeso y la obesidad como pandemias de nuestros jóvenes, así como por la pertinente revisión del diseño y operación del Seguro Popular—, no puede darse como si fuera un tema encriptado sólo para análisis médicos, sino que es necesario asumir que los rezagos tienen un alto componente económico y social. Si la pobreza y la desigualdad se mantienen o si perdura la baja calidad del empleo, la salud del grueso de los mexicanos seguirá siendo frágil. El hecho de que la salud esté marcada por dónde se nace, se crece, se reside, se trabaja y se envejece, no es exclusivo de México. Ello ocurre también en países desarrollados y con sólidos sistemas nacionales de salud pública.

En Inglaterra, se publicó este año un importante estudio, dirigido por Michael Marmot, de la University College de Londres, que consiste en una revisión estratégica de las iniquidades en salud, cuyo título podría traducirse como Una sociedad más justa, vidas más saludables (Fair Society, Healty Lives). En él se demuestra, por ejemplo, que la gente que habita en los barrios pobres muere, en promedio, siete años más temprano que aquellos en zonas de altos ingresos. Asimismo, la expectativa en el Reino Unido de tener una existencia libre de padecimientos que impliquen alguna discapacidad es 17 años menor entre la gente que vive en zonas pobres frente a la que vive en áreas de alto ingreso. Los pobres no sólo mueren antes sino que pasan más tiempo con algún tipo de padecimiento severo. El estudio citado expresa que estas iniquidades implican la pérdida de entre 1.3 y 2.5 millones de años de vida de quienes fallecen prematuramente, así como 2.8 millones de años de vida en discapacidad o enfermedad.

Esas diferencias se manifiestan si se considera no sólo el lugar de residencia de los individuos, sino su escolaridad, su ocupación o las condiciones de su vivienda. Así, los ocupados como gerentes con formación profesional en el noreste de Inglaterra tienen una tasa de mortalidad dos veces y medio menor que la de los trabajadores con escasa calificación en labores monótonas residentes en la misma región.

De igual forma, el nivel educativo genera fuertes efectos en la salud: las personas con educación universitaria tienen una propensión a sufrir padecimientos de la mitad de la de quienes no acudieron a la escuela.

Las repercusiones de las diferencias en el nivel de ingresos sobre la salud se pueden ver, en el estudio coordinado por Michel Marmot, de la siguiente forma: la incidencia de obesidad en niños ingleses de 10 y 11 años es prácticamente del doble para los que pertenecen al quintil de menores ingresos frente al quintil de mayor renta.

La evidencia de los determinantes sociales en la salud es tan robusta que los autores concluyen que, además de poner el énfasis en los buenos o malos hábitos de los individuos en materia de salud o incluso en el muy importante asunto del acceso a los servicios, es clave atender y modificar el contexto social de las personas para que su salud mejore. Ampliar la esperanza de una vida sana en la que la persona sea capaz de tomar las decisiones sobre su destino sin que la enfermedad física o mental le limiten para que los individuos sean, en efecto, libres.

Entre las recomendaciones del estudio sobresale que la política pública sea universal, y no focalizada hacia los más desfavorecidos, pues ello sería insuficiente. Se argumenta, además, que la universalización debe contar con escalas e intensidades proporcionales a los niveles de desventaja que se desean combatir, por lo que se propone un “universalismo proporcional”.

La idea de que la desigualdad en salud proviene de las desigualdades de ingreso, educación, empleo y zona de residencia, da lugar a la concepción de una política de salud genuinamente de Estado, transversal, que trasciende —aunque por supuesto implica— la atención de la salud y el acceso a la misma, y que se plantea como meta una sociedad más justa. Es, sin duda, un planteamiento ambicioso, pero ¿qué barreras mentales nos impiden avanzar hacia una discusión sobre la salud de la población en estos términos para México?

viernes, 16 de abril de 2010

Cristiano Ronaldo y la burbuja de precios. 16-IV-2010

Cristiano Ronaldo y la burbuja de precios
Ciro Murayama | Opinión
Viernes 16 de Abril, 2010

El 27 de mayo de 2009, Cristiano Ronaldo abandonaba cabizbajo el césped del estadio Olímpico de Roma. El entonces jugador estrella del Manchester United nada pudo hacer para evitar la derrota de su equipo en la final de la Champions League ante el Barcelona que, tras un 2 a 0, conseguía el triplete del año: campeón de la copa del Rey, campeón de Liga y campeón del torneo de clubes más prestigiado del mundo.

El desazón de Cristiano Ronaldo no duró mucho: dos semanas después, el 11 de junio, se hacía público su fichaje con el Real Madrid por una suma de 94 millones de euros, unos 130 millones de dólares en ese momento. La noticia impactó no sólo por tratarse de la compra-venta más cara de un jugador en la historia del futbol, pues batió la cifra récord que sólo unos días antes había establecido el mismo Real Madrid al fichar al brasileño Kaká por 92 millones de dólares, sino porque la espiral alcista de compras ocurría en medio de una profunda crisis económica que había mermado las finanzas de los clubes en todo el orbe.

Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro (1985) nació en Funchal, en la isla de Madeira en Portugal, y debe su nombre a la madre quien, amén de creyente, profesaba admiración por Ronald Reagan (El País Semanal, 30/09/09). Su historia es la habitual de los grandes futbolistas: origen humilde, suerte al cruzarse con alguien que detecta su talento, luego mucha disciplina y esfuerzo. En la escuela del Sporting cobraba 50 euros al mes, su primer contrato fue por 250 euros, luego de 600 y en 2003, con sólo 18 años, se fue a Inglaterra en una transacción por 18 millones de euros. En la temporada 2009-2010 que está por concluir, la primera con el Madrid, se estima que Cristiano cobre 23 millones de euros: 13 de salario pagado por el club y 10 por contratos de publicidad. El jugador, además, tiene sus propias marcas registradas: CR7 —las iniciales con el número de camiseta que usaba en el Manchester— y CR9 —el dorsal que le tocó en el Madrid, pues el 7 se lo quedó el capitán más veterano del equipo, Raúl—. Quien también hizo el negocio de su vida fue Jorge Mendes, el representante de Ronaldo que actúa como un broker financiero y también intermedia en los contratos de Rafael Márquez, Simao, Deco, Carvalho, Pepe, Anderson, Mourinho, entre otros, el cual cobró por la venta de Ronaldo una comisión de 9.6 millones de euros (El País, 08/09/09). El Madrid espera recuperar la inversión a través de los contratos de televisión, venta de souvenirs, giras al extranjero e ingresos en taquillas. De momento, se lleva el 40 por ciento de los derechos de imagen del jugador a quien, por ejemplo, el banco portugués Espírito Santo le genera honorarios por cuatro millones de euros; la empresa Niké, 12 millones, y Coca-Cola pagó, por sólo un comercial destinado al mercado chino, un millón y medio de euros (El País Domingo, 21/06/09). La prisa del equipo para que la caja registradora comenzara a sonar se mostró desde que, el 6 de julio, sin ningún torneo en curso, el club organizara la presentación de su nuevo fichaje en el estadio Santiago Bernabéu, con la presencia de 75 mil aficionados, en un horario prime time mundial para aprovechar las transmisiones televisivas en Oriente Medio, África y América Latina. En la tienda del equipo, para las dos de la tarde de ese día ya se habían ingresado 40,800 euros por venta de camisetas con el número 9. De ahí que, además del más caro, Cristiano sea el jugador más protegido, con una escolta pagada por el club (EP, 8/07/09)

La inflación en el precio de los jugadores puede ser insostenible para los equipos. Michel Platini, presidente de la UEFA, ha insistido en una necesaria regulación en el monto de las transacciones, e incluso el secretario de Estado para el deporte de España propone introducir un tope para que no se rebase el 60 u 70 por ciento del presupuesto de los clubes en fichajes y salarios. Esta limitación se deberá fijar en una ley, a discusión, del deporte profesional, en la que también se plantea crear un órgano para supervisar la solvencia de los equipos similar a lo que hace la Comisión Nacional del Mercado de Valores con la Bolsa (El País, 14/09/09, p. 38). Peor resulta la cosa cuando en la burbuja de los precios de jugadores se comprometen recursos de entidades financieras con participación pública, como fue el caso en el fichaje de Ronaldo: Caja Madrid prestó 76.7 millones de euros al Real Madrid para costear la compra a pesar de que los rendimientos de ese banco cayeron en un 71 por ciento en 2008 (Semana.com, 16/06/09). La banca privada también es parte del negocio: Santander habría contribuido con un préstamo similar al de Caja Madrid para el club merengue (Ibíd.)

La espiral de erogaciones en estrellas se reproduce así: “un club se endeuda para gastar una cantidad escandalosa de dinero en fichajes y encandila a la masa social con la promesa implícita de títulos y dolorosas humillaciones a los rivales; si consigue títulos, bien, pues nadie recordará los dispendios perpetrados; si no los consigue, sus directivos acuden prestos con la muleta de la ilusión, prometen nuevos fichajes con más gasto y deuda, entretienen a la masa social y se suelen ahorrar la explicación de sus responsabilidades” (El País, 16/07/09). Y, si no, hay que ver la estrategia del Real Madrid para la temporada 2010-2011, una vez que es factible que, tras las compras multimillonarias del año pasado —gastó 210 millones de euros en Kaká, Ronaldo, Benzema y Albiol (La Jornada, 07/07/09)— no se haga de un solo título: ya anuncia la adquisición del francés Ribery al Bayern Munich y de Cesc Fábregas al Chelsea.

Con la crisis a cuestas, y mientras se discute si hay o no regulación, sigue creciendo la burbuja en los precios que se pagan por los jugadores de elite. ¿También en este caso serán las arcas públicas las que acudan al rescate?

viernes, 9 de abril de 2010

Capitalismo y futbol: la vuelta de la regulación

Capitalismo y futbol: la vuelta de la regulación
Ciro Murayama | Opinión
La Crónica de Hoy. 9 de abril de 2010.

El premio Nobel de Economía Paul Krugman suele recordar con nostalgia el papel de los bancos pequeños, cercanos al cliente, fiables, que solían obsequiar a sus ahorradores una olla express o una vajilla nueva como reconocimiento a la fidelidad del cliente. Fue esa banca modesta la que acompañó al auge económico en los años dorados del capitalismo de la posguerra. Ese modelo de banco fue sustituido en las últimas décadas por las grandes instituciones de intermediación financiera, que ofrecían atractivos paquetes de inversiones a sus clientes para colocar acciones a escala global. Fue el auge de esa banca desregulada la que hinchó la burbuja financiera que nos trajo la mayor crisis de la economía mundial desde 1929. ¿Cuántos ahorradores estadunidenses, y de otras naciones, no hubiesen preferido a su viejo banco, pueblerino y seguro, el que prestaba a las empresas locales, en vez de apostar en el casino global, una vez que vieron esfumarse los ahorros de toda una vida?

Una percepción parecida comienza a surgir en el Reino Unido alrededor de los grandes equipos de futbol, a grado tal que el tema es parte de la agenda electoral del primer ministro Gordon Brown. Como a los bancos, a los equipos hay que volverlos a aterrizar en el pueblo, en el barrio. La idea, también, como a los bancos, es sacarlos del balance de números rojos en que incurrieron en pos de la ganancia estratosférica de corto plazo y devolverlos a los números negros, a ser ese redituable negocio que siempre han sido si se les conduce con la cabeza fría.

Desde el verano pasado los despachos de prensa dejaron claro que el sobreendeudamiento no sólo llegó a las entidades financieras inglesas y europeas y, luego, a los sectores públicos que tuvieron que intervenir para evitar caídas económicas aún mayores, sino que aqueja a buena parte de los clubes de futbol. La UEFA, a través de su presidente, Michel Platini, alertó en agosto anterior: “Aparte del Barcelona, campeón de Europa que ha logrado beneficios en la pasada temporada, todos los otros clubes están en números rojos, y de un rojo muy rojo” (AFP, 26/09/09). De ahí que la propia UEFA estudie imponer un control sobre las finanzas de los equipos europeos, aplicable en dos o tres años. La regulación para evitar excesos puede llegar al futbol a la par que a los mercados financieros en el Viejo Continente. Y es que la economía del futbol no es sino un escaparate llamativo de lo que ocurre en la economía global.

(Por cierto que el afán regulador de Platini, de quien quizá algo tenga que aprender en estos menesteres el propio Nicolás Sarkozy, consiste en incluir dos nuevos árbitros para mejorar el juego, de tal suerte que al juez central y a los abanderados se sumarían dos agentes más).

La difícil situación económica en que han incurrido los equipos de la Premier League, según la prestigiosa consultora Deloitte, que realiza estudios sobre las finanzas del futbol, implica un endeudamiento total de los 20 clubes de la élite inglesa por tres mil 100 millones de libras, esto es, tres mil 600 millones de euros. El incremento se debe, en parte, a la inflación salarial que, ahí sí, avanza a ritmos insostenibles: 23 por ciento entre 2007 y 2008 (AFP, 29/06/09).

La deuda creciente, combinada con la caída de entradas a los estadios por la crisis, sólo podrá afrontarse gracias a los ingresos por derechos de televisión. Aun así, una no clasificación a la Copa de la UEFA o a la Liga de Campeones coloca en una vulnerabilidad mayor al equipo que contrajo deuda precisamente para llegar a esa competida cúspide donde se multiplican los ingresos.

Los equipos cuya deuda llega al cuello son, como suele ocurrir con cualquier empresario o agente económico, aquellos que vivieron o quisieron hacerlo por encima de sus posibilidades. Ello explica que varios equipos estén en venta y que incluso los más grandes tengan deudas exorbitantes, como el Liverpool, que tiene obligaciones con sus acreedores por 415 millones de euros (AFP, 4/09/09). En apuros también está el equipo más ganador del Reino Unido, el Manchester United. Y no sólo por el bello gol que le marcó el holandés Robben hace dos días en Old Traford, tras un centro desde el tiro de esquina de Ribéry, con el que el Bayern Munich eliminó al equipo inglés de la Champions, sino porque el cuadro rojo ha pagado 360 millones de euros, sólo de intereses, desde que en 2003 fuera adquirido por una pareja de empresarios estadunidenses.

Frente al endeudamiento y la pérdida de control sobre los clubes, los laboristas británicos incluyen en su plataforma electoral para las próximas elecciones una reforma cuyo objetivo es “reducir los niveles de endeudamiento del futbol y devolver a los aficionados un poder que perdieron cuando los equipos de la Premier League se convirtieron en meras sociedades mercantiles” (El País, 30/03/10). En concreto, el Partido Laborista propone que el 25 por ciento de las acciones de cada club esté en manos de los aficionados, para así garantizar un vínculo con las comunidades locales. Además, piensan crear una cláusula para que los aficionados puedan hacer una oferta para comprar a su equipo si éste se pone en venta o incurre en suspensión de pagos; prohibir que los directivos y propietarios se concedan créditos con dinero de la institución, así como ampliar las facultades de la federación de futbol inglesa para controlar las operaciones de compraventa de equipos.

El capitalismo y el futbol nacieron en Inglaterra. Desde ahí se alumbra una nueva era de regulación. ¿Será?

Lo que vale un gol. 26-03-2010

“Economía del futbol”: Lo que vale un gol
Ciro Murayama

Va a hacer un año: casi a las 11 de la noche del 6 de mayo de 2009 en Londres, estadio Stamford Bridge, casa del Chelsea, minuto 92, el equipo de casa derrota por la mínima diferencia al Barcelona, con el que viene de empatar a cero en el partido de ida, las gradas están iluminadas de bengalas, los aficionados ingleses festejan que restan segundos para llegar a la final del máximo torneo de clubes del mundo, la Liga de Campeones de Europa. El partido agoniza, el balón rueda justo detrás del centro del campo del visitante, lo domina Xavi, que abre a la derecha, donde Alves recibe y pica junto a la banda para lanzar un pase largo hasta el centro del área del Chelsea; el defensor Terry despeja con la cabeza hacia la otra banda, donde recoge Eto’o, que a su vez cede dentro del área a Leo Messi, especialista en el regate corto. Messi encara pero no dribla, sino que retrasa al semicírculo, a las afueras del área, donde Andrés Iniesta descarga los 65 kilos de sus 1.70 metros en el empeine derecho. Gol al ángulo. Pep Guardiola, el entrenador del Barsa, pega por el perímetro del campo una galopada propia de jugador, hasta que le reconvienen y vuelve a su banquillo. El Barcelona a la final. Rostros de duelo en Stamford Bridge, juerga en las Ramblas. El gol del año, que acumula varios millones de visitas en YouTube.

Pero el gol de Iniesta no sólo aportó júbilo a los aficionados, sino ganancias constantes y sonantes a los accionistas del Barcelona Futbol Club. El gol de Iniesta permitió redondear los 31.2 millones de euros que la Federación Europea de Futbol Asociación (UEFA) garantizó a los dos equipos que, tras sortear los seis partidos de la fase de grupos, llegaran a la final del torneo. Antes de eso, cada equipo que consiguió llegar a la fase de grupos se había embolsado 7.1 millones de euros (esta cifra, y las que siguen, fueron tomadas de notas de prensa de AP a lo largo de 2009).

Vendría, luego, la noche del 17 de mayo de 2009 en Roma, donde el Barcelona se midió con el Manchester United. Marcador: Barsa, 2; Manchester, 0. Caja registradora: Barsa, nueve millones de euros; Manchester, 5.2 millones de euros como pago de la UEFA. Esa noche, sobre el terreno de juego, Messi fue 3.8 millones de euros más rentable que Cristiano Ronaldo (pero el entonces número 7 del cuadro inglés no se devaluó, pues unas semanas después se convertiría en el fichaje más caro en la historia del futbol mundial: una transacción, en medio de la mayor crisis económica internacional en 80 años, por 94 millones de euros).

Para la edición 2010 de la Liga de Campeones, la UEFA ha destinado un presupuesto de mil 090 millones de euros (unos mil 500 millones de dólares o unos 20 mil millones de pesos, lo equivalente al financiamiento que recibe la UNAM en el año en curso). Esta cifra se mantendrá en los próximos dos torneos, pues el patrocinio está asegurado con la participación de firmas como Ford, Heineken, MasterCard, PlayStation, Sony y Unicredit.

Participar en la Liga de Campeones es un asunto de prestigio deportivo a la vez que un importante negocio. Los 32 equipos participantes en la fase de grupos reciben dos tercios de los ingresos totales. Parte significativa de esa suma proviene de los derechos de transmisión televisiva, que en el actual torneo alcanza 337.8 millones de euros, aunque el reparto depende del propio mercado de la televisión en cada país. Así, mientras el año pasado el Manchester United recibió 37.8 millones de euros, el alemán Bayern Munich cobró 21.5 millones de euros y, en cambio, el modesto BATE Borisov, de Bielorrusia, 42 mil euros (aunque un club por participar en la fase preliminar recibe 2.1 millones de euros de parte de la UEFA). Una vez clasificado, un partido ganado implica unos 800 mil euros de la UEFA.

A los montos anteriores hay que sumar el dinero que los equipos reciben por las entradas a sus estadios y la venta de mercancía propia, como camisetas, bufandas, etcétera, así como la bebida y comida en los estadios. La UEFA, por su parte, que preside Michel Platini –aquel 10 de la selección francesa que se retiró de los mundiales en 1986 en Guadalajara, luego de que el equipo que capitaneaba fuera eliminado por Alemania pero tras vencer al Brasil de Zico en cuartos de final–, se queda con 200 millones de euros cada año, por gastos de gestión de la Liga de Campeones. Otro negocio es la Liga de la UEFA, un torneo internacional de segunda categoría que se disputa, también, año con año entre los clubes europeos.

El martes próximo, el Lyon enfrenta al Burdeos y el Bayern Munich al Manchester United; el miércoles, el Arsenal al Barcelona y el Inter de Milán al CSKA de Moscú. Una semana después son los juegos de vuelta. Se trata de los cuartos de final de la Liga de Campeones. De ahí a la final en el Santiago Bernabéu de Madrid el 22 de mayo. Cada gol en esta fase desatará euforias y desdichas, a la vez que llenará y vaciará carteras, tal como ocurrió con aquel mítico gol de Iniesta, en el minuto 93, en Stamford Bridge.

Futbol, mercado y derechos laborales. 19-03-2010

Futbol, mercado y derechos laborales
Ciro Murayama | Opinión

Quedan 111 días para que inicie el Mundial de Sudáfrica 2010. Antes de que comience a rodar el balón en el partido inaugural entre la selección local y el representativo de México, habrá comenzado —empezó desde hace tiempo— el gran espectáculo del negocio que es el futbol organizado en el orbe entero. Entretenimiento masivo, distractor popular, fiesta colectiva, deporte de multitudes, señal de identidad, patria chica —o grande—para los aficionados, el futbol es al mismo tiempo un gran y complejo mercado económico. Todos los agentes que encontramos en cualquier industria globalizada se dan cita en el futbol —aunque, por supuesto, no en el terreno de juego— e incluso más: grandes y pequeñas firmas —equipos—, con departamentos de planeación, estrategia, compras, ventas, mercadotecnia; mercados con espacio bien definido por un lado —los estadios, con su oferta “inelástica” de butacas para los espectadores, y consumidores que ante la escasez de lugares disputan el bien escaso (el boleto de entrada) a precios al alza (con frecuencia a través del negocio de la reventa)— o mercados cuasi virtuales, con la participación de consorcios de comunicación locales e internacionales comprando derechos de transmisión y vendiendo publicidad; mercados paralelos de venta de camisetas, bufandas, distintivos de los equipos; mercados de apuestas legales y clandestinas; negocios delincuenciales —como el lavado de dinero en la compra de jugadores con precios “inflados”—; un complicado mercado de trabajo, repleto de agentes e intermediarios, adquiriendo y poniendo a subasta una mercancía peculiar: a los jugadores y su talento. En fin, microeconomía y macroeconomía, todo eso es la economía del futbol.

Como gran industria, el futbol no es ajeno a la globalización. El futbol se ha globalizado por el avance en la tecnología, por el desarrollo de los medios de comunicación. Las lejanas ligas que se disputan en el viejo continente están cada fin de semana en las pantallas televisivas de los hogares de Asia, América Latina, África, como si del torneo local se tratara. Los consumidores pagan canales restringidos y consumen promocionales de cerveza Heineken en los lugares más remotos para seguir la Liga de Campeones de Europa los días martes y miércoles. Los grandes equipos hacen sus pretemporadas en Japón y, con cada vez mayor frecuencia, en China, donde se venden por miles de millares las camisetas con los nombres de Kaká o Messi. Esos jugadores hoy son tan populares ante los niños del globo entero como lo fue el Pirata Fuente en el Puerto de Veracruz a mediados del siglo pasado.

Como gran industria, el futbol necesita regulación y, como en todo negocio, los intereses más poderosos son renuentes a cualquier restricción a su “libertad” de comercio. El futbol es un ejemplo, un tema, de la economía de nuestro tiempo. Por ejemplo, en el curso que está por concluir cayeron las operaciones de compra-venta de jugadores por el efecto de la crisis global; en España, la liga “de las estrellas” resintió —salvo el Real Madrid, excepción que confirma la regla y firma que hay que seguir con lupa— el batacazo de la “economía del ladrillo”, pues los presidentes de equipos de primera división —los Nuñez, los Gil, los Londoiro, los Sanz, los Mendoza, los Gaspar— son dueños de empresas constructoras e inmobiliarias (por cierto, uno de los sectores que mueve más dinero negro —esto es, no declarado al fisco— en el país ibérico).

Con todo, hay ciertas regulaciones nacionales —y en el caso de Europa, comunitarias— que ponen diques a las decisiones de los grandes clubes y que, en ocasiones, tratan de hacer valer la legalidad general sobre los criterios de la FIFA y de las federaciones locales de futbol. (Un ejemplo doméstico: hay quien pretendió que en nuestra liga de primera división se tratara como mexicano de segunda a todo aquel connacional que no lo fuese por nacimiento y que, en consecuencia, fuera tratado como extranjero a la hora de alinear). Con frecuencia, la pretendida autorregulación de los equipos del futbol —en efecto, la misma pretensión que tienen los medios de comunicación y muchos otros actores económicos— quiere anular disposiciones de observancia general, pero las excepciones se buscan, sobre todo, para hacer nugatorios los derechos laborales de los futbolistas o de los equipos de menores recursos.

Un caso que sentará un precedente importante ocurrió esta misma semana (véase El País, 17/03/10, p. 46): el Tribunal de Justicia de la Unión Europea obligó al equipo inglés Newcastle a pagar una compensación al Lyon de Francia por haber contratado a un jugador de la cantera, llamado Olivier Bernard, en cuya formación el cuadro galo había invertido. Si el criterio principal hubiese sido la libertad de mercado, la sanción no habría podido prosperar: el Newcastle vio a un jugador talentoso, le hizo una oferta y el futbolista se fue con el mejor postor (maximizó su beneficio, se diría en las escuelas de economía). El Tribunal, no obstante, favoreció al interés del club que preparó al jugador y que, a pesar de ello, no tuvo ocasión de obtener retorno alguno por su inversión. Ahora bien, el Tribunal sólo impuso un pago como multa (53 mil euros), pero a la vez desechó los alegatos del Lyon que, basándose en el estatuto francés de futbol profesional alegaba que era ilegal que el jugador se fuera a otro equipo sin el consentimiento de aquel en el que militó un tiempo. La disposición legal francesa que prohíbe a un jugador de la cantera jugar en otro club si se lo impide su primer equipo es excesiva y contraria a la libertad de movilidad de los trabajadores. El Tribunal fue mesurado: no es válido que los clubes grandes sin más se lleven a los jugadores que han formado otros, pero el derecho a jugar y a contratarse es del jugador, mas no del equipo que se asume como “dueño” del futbolista. En México, los futbolistas siguen siendo “peones acasillados”, pero ya habrá ocasión de ir a ese tema con más tiempo y espacio.

El desencanto. 12-03-2010

El desencanto
Ciro Murayama | Opinión


El ensayo novelado de José Woldenberg, El desencanto (Cal y Arena, México, 2009, 386 pp.), es una reflexión sobre la vida política de México a lo largo de las últimas tres décadas y sobre lo que ha sido la izquierda en nuestro país en ese dilatado periodo. El libro conjuga la biografía política de un personaje, Manuel —quien se incorpora a la militancia para impulsar el sindicalismo universitario en los setenta, luego se suma a la tarea de la unificación de los partidos de la izquierda hasta llegar al PRD, y más tarde se dedica a la construcción de las instituciones que hicieron viable la expansión del sistema pluripartidista que sustituyó al régimen de partido hegemónico—, con un conjunto de ensayos sobre distintos autores clave del siglo XX —Arthur Koestler, Howard Fast, André Gide, Ignazio Silone, George Orwell, José Revueltas y Víctor Serge—, quienes, en distintos momentos y países, abrazan el sueño comunista para luego despertar en la pesadilla de los autoritarismos de izquierda. Es un libro que tiene los pies en México y la mirada en el mundo.

La noción del desencanto arraiga tanto en Manuel como en la experiencia vital de los autores cuya obra y reflexiones acerca de la militancia, el partido y la causa son visitadas y reconstruidas por José Woldenberg. En el caso de Manuel, el desencanto tiene cuatro momentos decisivos, aunque los nutrientes son más: primero, el movimiento estudiantil del CEU en la segunda mitad de los años ochenta, que más que defender derechos —universales— defendió privilegios —de unos cuantos—; segundo, la incapacidad del PRD para desplegar en los primeros años de historia de ese partido una discusión genuina para trazar la línea política y, en cambio, la decisión colectiva y abrumadoramente mayoritaria de ceder al dictado de la palabra del líder, del infalible, del caudillo; tercero, la obnubilación de parte de la izquierda mexicana ante el alzamiento zapatista y el coqueteo abierto con la vía violenta como método transformación y, cuarto, la mentira que significó inventar la existencia de un fraude electoral en las votaciones presidenciales de 2006.

Ofrezco como aperitivo, como invitación a la lectura completa del más reciente libro de Woldenberg, algunos de mis subrayados:

* “Política sin ética es puro pragmatismo; y ética sin política es puro diletantismo” (p. 16).

* “No nos gustaba la vida política del país: vertical monopartidista, antidemocrática. No nos gustaban los medios de comunicación: oficialistas, serviles. No nos gustaba la oceánica desigualdad social que marcaba a México. Pero por ello, la actividad política tenía miga y creíamos que podíamos cambiar” (p. 42).

* “Lo bueno de la política reformista —solía decir Manuel— es que convierte en celebración cada paso que da” (p. 18).

* “No se trataba de adherirse a grandes causas inasibles, de compartir los anhelos de grupos intangibles, sino de trabajar todos los días por algo que se encontraba al alcance de la mano. Y de esa manera se edificaba en tierra firme, un sustrato material para la militancia política” (p. 26).

* “A la izquierda le ha hecho mucho mal subordinar o intentar subordinar a los intelectuales. Y no hay nada más triste que un intelectual que se asume como correa de transmisión de los dictados partidiarios. Le hace un flaco favor a la causa y a sí mismo” (p. 156).

* “Entre soberbios, irresponsables, sumisos y vándalos no es fácil hacer política” (p. 32).

* “No se trata de hacer a un lado la evaluación de la estrategia gubernamental en la cual se reproducen fraudes electorales, campañas de desprestigio contra el PRD, marrullerías de todo tipo, sino de asumir una serie de responsabilidades que deberían derivar de compromisos democráticos del PRD. Para decirlo de otra forma: ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, puede ser un espléndido ejercicio de autoengaño, pero sobre todo, un expediente para privar al PRD del momento de reflexión y readecuación de su política que la situación parece demandar” (p. 212).

* “La única variable que nosotros podemos controlar es nuestra conducta y nuestros dichos, y desplegar sólo una política reactiva es hacerle el juego a los enemigos” (p. 208).

* “Los medios nunca son anodinos. Modelan a los fines y a quienes los utilizan (…) Una vez que se toman las armas, éstas pueden ser usadas contra los enemigos, los adversarios, los inocentes, los compañeros y los amigos. Esa lógica-ilógica no falla nunca” (p. 60).

* “La guerra, su lógica y su lenguaje sólo pueden ofrecerle al país un reguero de destrucción” (p. 284).

* “La Iglesia tuvo su Inquisición para perseguir a los herejes. La izquierda no la necesita, cada uno de nosotros es una Inquisición” (p. 96).

* “Era desalentador ver cómo el candidato primero acuñó la tesis del fraude y luego, como si fuera un sultán, una corte de seguidores empezó a construir las más descabelladas versiones de cómo había sucedido. En 1984 el Gran Hermano, infalible, primero expresa lo que quiere oír y luego el aparato se encarga de que escuche lo que quiere escuchar” (p. 373).

* “Porque autonomía de juicio y pertenencia a una comunidad de la fe resultan antónimos. La primera es subversiva al poner en duda las certidumbres consagradas —argamasa que cohesiona a los creyentes—, mientras la segunda necesita y reclama sumisión, integración y adoración” (p. 322).

* “Y ya lo sabemos: las evidencias empíricas no trastocan las certezas del creyente, las explicaciones racionales no carcomen la fe. La duda es el principal corrosivo de las verdades reveladas, y quien se aleja del círculo de los ‘verdaderos’, de los devotos, es tratado como hereje, como apóstata, renegado” (p. 321).

* “La izquierda cursó un periplo unificador complejo, pero productivo. Fue acicate y beneficiaria de los cambios democratizadores y sin embargo su compromiso democrático no acaba de asentarse. O a veces esa impresión proyecta” (p. 372).

* “Somos la generación del desencanto, hemos hecho mucho ruido y nuestras nueces están podridas” (p. 12).